Cada día queda
más claro que gran parte del ideario PRO
no puede vencer la resistencia en algunos sectores de la sociedad. Y si no
es por la doctrina, será por el
resultado de sus medidas. Si no son los piquetes de los cada vez más desplazados, son las protestas de los futuros ajustados. Si no son mujeres
que denuncian el abandono de las
políticas de género, son pequeños productores que quieren cesar de menguar. A medida que este precipitado striptease deja
en evidencia la horrenda desnudez del Cambio, más crece la intransigencia de un pueblo que empieza a reconocer el
engaño. Los rostros gobernantes pierden la publicitaria calma para revelar la tensión del que es descubierto en falta.
La impronta cambiadora ya no encuentra
resquicio para infiltrar el alucinógeno que más de un año atrás
resultó tan efectivo. Los antídotos empiezan a funcionar en esta dramática
pulseada entre dos inconfundibles
modelos de país: el de los privilegios y el de los derechos, el excluyente
y el inclusivo, el desigual y el equitativo, el que es para pocos y el que es
para todos. El que no percibe esto será
porque aún tiene los ojos cerrados.
El Engendro Amarillo está perdiendo el esplendor
que le permitió ganar de manera espuria el balotaje y esputa su opacidad todos los días. Cada acción exuda sus perversas
intenciones, cada palabra trasluce desprecio, cada promesa augura su
incumplimiento. Cuando quieren
presentarse como revolucionarios, aparecen más retrógrados, como la maestra
que pasó el escalofriante y apologista video en la escuela de La Boca. Cuando quieren parecer políticos, se
vuelven más despectivos, como el presidente del Banco Nación, Javier
González Fraga, que sobre la marcha del Día de la Memoria consideró que "hay
una pequeña parte de la sociedad que busca agrandar la grieta y está poniendo
millones de dólares mal habidos para pagar toda esta movilización que tiene
mucho ruido en la calle”. En
lugar de esforzarse por comprender, sólo estigmatiza en la reiterada línea PRO:
proyectan su espíritu al resto y los demás –en esta caprichosa mirada- terminan
siendo como Ellos, que no mueven una
célula si no es con enorme beneficio monetario. Además, resulta absurdo pensar
que una fuerza política que, según Ellos, está en retirada invierta 200 millones de
pesos para que una manifestación histórica sea, una vez más, multitudinaria.
Y esto sin tener en cuenta la variopinta concurrencia ni que los obedientes
jueces que inventan una causa detrás de la otra aún no han encontrado dinero mal
habido.
Finalmente, cuando quieren mostrarse más profundos,
quedan más playos, como el
ministro de Educación, Esteban Bullrich, al reflexionar sobre los sueños de Ana
Frank que “quedaron truncos en gran parte
por una dirigencia que no fue capaz de
unir y llevar paz a un mundo que promovía la intolerancia”. Justo él habla de intolerancia, el que
propuso “una Conquista del Desierto sin
espadas”, el que piensa en los docentes como el tocino de un desayuno o en las escuelas como fábricas de chorizos. ¿Qué
lección de tolerancia puede dar esta banda
de discriminadores, promotores de un desprecio ancestral hacia los que no
forman parte de su élite?
Hacia un previsible final
El licuado de
Macri acepta cualquier ingrediente, siempre que sea lo más tóxico posible para la mayoría de los ciudadanos. Quien
piense que el plan incomprensible que está aplicando será beneficioso para el
país aún no ha podido desenredarse de la
red de patrañas que ha tendido. Desde que El Ingeniero convirtió la Casa de
Gobierno en La Rosada SA, los únicos
beneficiados han sido los sectores parasitarios y rentísticos, que no se
caracterizan por generar empleo ni reinvertir utilidades. El Campo, los
servicios públicos y los bancos son los
principales ganadores de la gestión del Gran Equipo. En cambio, los
verdaderos perdedores de esta historia son la industria manufacturera, hoteles,
restaurantes y los comercios mayoristas y minoristas, que son los que en realidad brindan empleo y reinvierten parte de sus
ganancias. Y esto no se desprende de informes opositores sino de un estudio realizado por el INDEC de Jorge
Todesca.
Con una soberbia de clase nunca experimentada
en colores y HD y un cinismo en
sonido digital envolvente, el empresidente culpa a los trabajadores,
desempleados y desplazados que se movilizan por la sequía de inversiones.
Claro, como si piquetes y manifestaciones fueran un entretenimiento para los
que no saben qué hacer con su tiempo libre y no el resultado de la inconcebible política de ajuste y saqueo que está
aplicando. Esto no es más que la justificación anticipada de la represión
que quiere desatar sobre la resistencia
a la miseria que se viene. Si la lluvia de inversiones aún no ha llegado no
es por la protesta, sino porque no hay
mercado interno –casi un 80 por ciento del PBI- para generar ganancias. Los
Amarillos han decapitado a la gallina de
los huevos de oro, pero, como siempre, tratan
de desentenderse de toda responsabilidad.
Los que están
en la calle defienden sus derechos y tratan
de recuperar el terreno perdido en su poder adquisitivo, eso que González
Fraga, cuando no era funcionario, consideraba una creencia del “empleado medio que su sueldo servía para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse
al exterior”. Ahora que los sueldos medios apenas alcanzan para comer y
pagar las abultadas tarifas de los servicios públicos, se nota, no sólo el desprecio de clase, sino también lo destructiva que
es esa mirada. Eso es el resultado de la devaluación, la quita de
retenciones y las desregulaciones en el comercio exterior: una transferencia de ingresos de los sectores medios y bajos hacia los
más ricos, los que ganaron.
Ante tanto
movimiento en las calles, los PRO se muestran desconcertados. Algunos hablan de
palos en la rueda, otros de
interrupción del “proceso de cambio” y
todos exigen que se respete la voluntad de las urnas. Los que deberían respetar ese contrato son Ellos que prometieron no
devaluar, no aumentar las tarifas, no endeudar el país, no abrir las
importaciones y hasta la continuidad del Fútbol Para Todos. No existe promesa del famoso debate
presidencial sin incumplir. La bronca de los estafados se siente cada vez
más y por eso están apurados.
Nadie quiere la
culminación de este precipitado retroceso neoliberal más que Ellos, porque son Ellos mismos los que lo boicotean. Ellos generan los conflictos, fabrican la
recesión y ejecutan el vaciamiento. Aunque clamen por inversiones y
propongan la flexibilización laboral para alentarlas, saben que no podrán cumplir con las condiciones exigidas: el pueblo
movilizado y algunas fuerzas de la oposición consustanciada con sus intereses
impedirán la precarización que eso significa. Si todavía despiertan algo de
credibilidad es por la enloquecedora
cadena oficial de medios independientes, más dedicada a amplificar escuchas
ilegales y procesamientos absurdos que a informar
con responsabilidad a los ciudadanos.
Si los inversores
extranjeros se muestran reticentes no es porque estén esperando que se calmen
las aguas o el resultado de las elecciones legislativas, sino porque perciben una catástrofe descomunal. Y si vamos hacia
allí no es por la Pesada Herencia ni el afán destituyente de los kirchneristas,
sino por la impericia de origen y la ambición
de destino de alguien que –por
muchos motivos- en ningún país debería estar habilitado para ser presidente.