lunes, 24 de noviembre de 2014

Los petardos de cada año



Cuando se acerca diciembre, comienzan los preparativos para los festejos de fin de año. Algunos pensarán en despedidas con amigos y compañeros de trabajo o en las ineludibles reuniones familiares. Unos con entusiasmo y otros con cierto disgusto. También están los que desdeñan estas fiestas, los que se deprimen y hasta los infaltables antis. Pero si de tradiciones se trata, los más creativos son los que deciden celebrar con saqueos, disturbios y bombardeos mediáticos. No brindan con sidra pero nos brindan unas gotitas de caos, cada vez más predecibles y menos efectivas. El año pasado, una protesta policial se transformó en una rebelión destituyente y en algunos puntos del país ocasionó situaciones dramáticas. Este año, de tan prevenidos que estamos, cualquier cosa que prueben se convertirá en una deslucida parodia o en una travesura pueril. Siempre y cuando los actores del elenco estable sólo rompan unos vidrios y tiren algunas piedritas para las cámaras. Si en sus planes incluyen atentados contra la vida para emporcar el escenario, que ni lo intenten porque esta vez no nos vamos a dejar intimidar.
El clima se está armando desde hace rato. Ni bien empieza el año, los guionistas planifican los pasos del “Operativo Desgaste”. Después, distribuyen los roles entre los peleles del staff, tanto periodistas como políticos de la oposición. El organigrama incluye, por supuesto, una amplia cobertura mediática hasta en el incidente más minúsculo. El objetivo es convencer a los argentinos de que estamos padeciendo la crisis más grave de nuestra historia, que estamos gobernados por los más corruptos y que somos los peores porque no hacemos lo que hacen los mejores, que, aunque en crisis, deben seguir siendo un modelo. No nos dicen que esos países están en crisis porque hacen lo que los consejeros quieren que hagamos. Como este argumento resulta incongruente son cada vez menos los que se dejan engañar por estas patrañas.
El 13N, la última manifestación cacharrera de los odiadores, resultó tan escueto que avergonzó a sus organizadores. Las expresiones que los participantes vertieron ante los pocos micrófonos que se acercaron a los focos de la protesta revelaron ausencia de argumentos, abundancia de prejuicios y muchísimo desprecio por la convivencia democrática. El establishment esperaba dar un golpe letal copando las calles con la indignación de la ciudadanía en su conjunto y apenas lograron que un manojo de individuos vestidos de gala sacaran la lengua para hacer catarsis.
Pero eso no es nada: las encuestas son cada vez más adversas para los intereses patricios. Si hace unos meses anunciaban que gracias al fin de ciclo los opositores ganaban las elecciones de taquito, ahora están desesperados porque parece que no van a pasar ni la primera vuelta. Si estaban convencidos de que gran parte del país odiaba a los Kirchner, ahora se dan cuenta de que los únicos que odian son Ellos, esos pocos que se creen los dueños y nos quieren manejar a su antojo. Lo único que lograron con la manipulación informativa, las especulaciones múltiples y el latrocinio de los precios fue despojarse de las últimas máscaras que cubrían la bestial inmundicia de sus rostros.
Una margarita cada vez más deshojada     
Los opositores proponen cambiar, pero gran parte de la población no quiere el cambio que ellos proponen. Que CFK mantenga una imagen positiva de más del 49 por ciento después de siete años de mandato no es indicio de una expandida disconformidad, sino todo lo contrario. Pero lo que más debería preocuparlos no es la potencia del kirchnerismo y su 35 por ciento de intención de voto, sino que el electorado al que pretenden conquistar no se siente representado por su impronta opositora. Un estudio de Ibarómetro publicado en Página/12 el domingo 23 revela que la mitad de los no-K no cree en nada y apenas un seis por ciento confía en los exponentes de la oposición. Y contra todo lo que está intentando el Círculo Rojo, el 60 por ciento no quiere que se junten todos los partidos para derrotar al candidato de Cristina.
Lo que no comprenden los actores de la oposición es que detrás del oficialismo tan denostado hay un número considerable de argentinos que aprueba gran parte de sus medidas. Y que esta aceptación no se basa en un especulador intercambio de beneficios por apoyo, sino que hay un sentimiento que se aproxima a la pasión. Pasión que ninguno de los opositores podría despertar siquiera con un hechizo pero califican con el despectivo mote de populismo o, con más repudio, clientelismo. Cada insulto que recibe Cristina, cada mentira que enloda a cualquiera de los funcionarios K, es recibido por los adherentes como una afrenta personal. Como si se injuriara a una hermana o se agrediera a un primo.
A medida que abandonan la política, más deben recurrir a las mentiras y los agravios. Como el territorio de las ideas les resulta esquivo, deben apelar a los ataques personales. Y si no obtienen buenos resultados, siempre habrá algún juez que atienda sus impulsos denuncistas. Todo es válido para llevar adelante esta campaña electoral que, de tan extensa, los está dejando exhaustos. Todo sirve si se trata de ocultar el programa de gobierno que, en el hipotético caso de acceder a la presidencia, piensan aplicar. El Presidente del Banco Central, Alejandro Vanoli, desafió a los eternos candidatos a que, en lugar de imaginar problemas, expliquen cómo los solucionarán. “Muchos piensan que hay que aplicar políticas de ajuste, despedir gente, achicar el Estado, subir la tasa de interés, aumentar impuestos” –especuló el funcionario- aunque “no lo van a decir tan abiertamente en campaña electoral, pero si se analiza lo que hicieron en el pasado, la receta es ésta”.
Mientras los postulantes pregonan sandeces en los medios, otros actores entran en la escena para ejecutar esta divertida obra. Carrió defecó lo suyo y se largó a Punta del Este a desparramar su humanidad en alguna playa. Un grupo de senadores firmó un compromiso de rechazo a cualquier propuesta del Ejecutivo para reemplazar la vacante que deja Zaffaroni en la Corte Suprema de Justicia. Y después se enojan porque el abogado Eduardo Barcesat presenta una denuncia por sedición. Para Barcesat, “ha tomado estado público la iniciativa, ya concretada, de senadores nacionales, para operar una connivencia delictiva a fin de impedir que el Poder Ejecutivo Nacional cumplimente la manda constitucional”. No es por pensar distinto, como recitan los involucrados, sino por atentar contra el correcto funcionamiento institucional.
Y como frutilla de este postre de fin de año, el juez Claudio Bonadío ordenó un innecesario allanamiento en las oficinas porteñas de Hotesur SA, la empresa que administra un hotel que La Presidenta tiene en El Calafate. La denunciante, Margarita Stolbizer, sostuvo que “la actividad hotelera es una de las actividades que se utilizan para el lavado de dinero, el delito a través del cual se encubren los dineros mal habidos”. Como si fuera el único hotel del país. Además, el poli-denunciado juez ordenó allanar un departamento vacío por una insignificancia administrativa que sólo busca alimentar titulares agoreros.
Pero no hay que bajar los brazos: no sólo en diciembre, sino hasta las elecciones presenciaremos estas intentonas de los que ya podríamos considerar enemigos. Una pena que algunos candidatos con representación parlamentaria se sumen a estas pantomimas. Pero resultaría dramático que, cuando lleguen a la Rosada después de tantos esfuerzos, se conviertan en marionetas que bailen al ritmo que imponen en los hilos los siniestros del Círculo Rojo. Pero nada de esto pasará porque ya conocemos el resto del guión y, en verdad, no nos gusta nada.

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