viernes, 16 de mayo de 2014

Una mirada desde el fin del mundo



Cada vez que el Autor de Estos Apuntes regresa de un viaje quisiera tener parte del paisaje en su casa. Por eso, en el patio deberían convivir cataratas con mar y glaciares, algunas montañas y un toque de selvas y bosques. Como el departamento no es tan grande, en su corazón caben todas las imágenes que ha recogido en distintos lugares del país. Todo lo bueno cabe en los buenos corazones. En Ushuaia, los comerciantes celebran que haya cada vez más turistas argentinos y juran que cinco años atrás eso no pasaba. Escuchar lenguas diversas que se confunden con las distintas entonaciones de la lengua conocida produce una sorpresa encantadora. Viajar por el país es apropiarse de todo el territorio, es conocer otras formas de patria, otras vivencias de argentinidad. Hay tantas historias que conforman la Historia que haría falta una biblioteca gigantesca para contenerlas. Una tan grande como todo el territorio nacional. Todos deberíamos tener la posibilidad de recorrer nuestros rincones para conocer lo que estamos construyendo, lo que debemos defender, lo que necesitamos conquistar.
Desde el Fin del Mundo, las mezquindades de algunos personajes de la farándula política quedan tan pequeñas que casi no producen ruido pero, a la vez, no hace falta microscopio para advertir el tamaño de su ridiculez. Que un Lanata inunde de improperios el aire de la radiofonía por medio punto de rating parece un pataleo encaprichado. Que el dirigente ferroviario Rubén Sobrero –sin el Pollo, para restarle proximidad y simpatía- amenace a un gobierno legítimo por un incomprensible reclamo gremial suena más a extorsión que a construcción de derechos. Que reaparezca Blumberg aliado con Moyano y Barrionuevo podría formar parte de las escenas borradas de un capítulo de The walking dead y no de un reclamo por seguridad y justicia. En síntesis, desde tamañas distancias el espectáculo que se intenta montar en el escenario de la CABA no es más que una mala comedia que, de tener éxito, puede convertirse en tragedia.
Y no es para menos, si los economistas que colaboran con el guión sólo hablan de achicar el gasto público, sin aclarar qué parte eliminarían. Claro que no piensan en reducir el número de gendarmes o policías ni la luz en las calles o la recolección de residuos, sino en recortar sin remordimiento aquellas partidas destinadas a los que menos tienen. Como nos enseña la historia reciente, achicar el gasto público es afectar la educación pública, el salario de los estatales, el presupuesto en salud y, por supuesto, los beneficios que reciben los menos favorecidos. “La plata de los jubilados que se destina a los vagos que desperdician el dinero en el juego y la droga”, como suelen decir algunos de estos malos actores. O “las pibitas que se embarazan por la platita”, vomitan otros. Los que fundieron al país no ven la hora de repetir esa hazaña.
Algunos propalan estas ideas porque la avaricia los enceguece y otros las replican porque no tienen talento más que para oficiar de idiotas útiles. Y hay transeúntes que se enganchan en ese nefasto anzuelo para despotricar contra lo que no quieren comprender y repiten cuanta pavada escuchan por las usinas de estiércol. Todo para justificar que todo está mal y seguramente terminará peor. Todo para alimentar prejuicios arraigados en lo más profundo de esos malogrados individuos.
La vida está en otra parte
El anuncio de La Presidenta sobre el incremento de la AUH y las asignaciones familiares despertó al monstruo que muchos conciudadanos llevan en su interior; aquéllos que todavía creen que los que tienen mucha plata la hicieron trabajando; que piensan que el modelo del derrame es el más justo del mundo; que sostienen que los pobres lo son por su voluntad o por una epidemia y no producto de un sistema de desigualdad y negación de derechos… Y excesiva angurria de unos pocos, vale agregar. “En la distribución del ingreso es en el único lugar donde no funciona la ley de gravedad –explicó CFK por Cadena Nacional- Se hablaba de derrame, pero no cayó dinero hacia abajo. En cambio, mejorando el ingreso de los de abajo, termina subiendo el beneficio”. Cuando el Estado beneficiaba a los de arriba, desembocamos en el 2001. Ahora que el Estado protege –no tanto como debiera, pero cada vez más- a los que menos tienen, todos estamos un poco mejor. Unos más que otros, bueno es aclarar, y los primeros son los que siempre están lagrimeando.
Como enorme paradoja, los que devoraban enormes comisiones con las AFJP son los mismos que declaman dramáticos soliloquios sobre la manera en que se gasta la plata de los jubilados. Estos fondos pasaron de 98 mil millones de pesos en 2003 a más de 383 mil millones en la actualidad y desde su recuperación en 2008 el Estado ahorró 34460 millones en comisiones de administración. Esta cifra equivale a toda la inversión del año pasado en asignaciones familiares. Semejante volumen monetario, en manos de los que se erigen como defensores de los dineros públicos, sólo hubiera engrosado cuentas en el extranjero. Y esto no es una alocada hipótesis, sino un certero dato de lo que ya hemos vivido. Pero pontifican como si fueran angelicales emisarios recién bajados del paraíso cuando, en realidad, son verdugos del peor de los infiernos.
Y eso que a la larga, la plata les llega, porque los que se ubican en el último escalón de la sociedad gastan gran parte de lo que reciben, pues no tienen demasiada capacidad de ahorro y menos aún de inversión. Y lo que destinan al consumo es apropiado con gula por los que más tienen. Esto explica el aumento desmedido en los productos de la canasta familiar y el boicoteo permanente al acuerdo de precios, que se está convirtiendo en una patriada que quedará para la historia. Siempre les llega la plata, en abundancia. Les sobran los billetes pero les falta la paciencia. No son buenos pescadores, sino cazadores voraces, depredadores incontenibles capaces de considerar el incremento de las asignaciones como una apetecible presa. Por eso, estimados especuladores, estafadores que reciben la simpatía de los aduladores, aumentadores seriales de los productos que consumimos, no agoten nuestra paciencia, que ya está llegando a su límite.
Como ha dicho muchas veces Cristina, está bien que ganen plata, pero que no apelen al latrocinio. En breve, podríamos considerar el incremento de los precios como un elemento más de la tan mentada inseguridad. Y cuando uno habla de los precios incluye todo, desde los intereses crediticios hasta las tarifas de ciertos servicios, como la TV por cable y la telefonía en todas sus variantes. Ladrones trajeados que en un solo movimiento embolsan lo que miles de motochorros en un esfuerzo de producción. Claro, es más fácil estigmatizar a los segundos que a los primeros. Por eso vemos la energía que invierten algunos personajes mediáticos para defender a los abusadores de las góndolas. La misma que destinan para señalar a los indeseables morochos que amenazan sus bienes.
 Todo lo bueno cabe en los buenos corazones, decíamos al principio de este apunte. Y como obvia deducción, ya sabemos dónde entra lo malo. Más allá de estas imágenes cardíacas, no debemos dejarnos engañar por los que nos quieren ver hundidos. Nuestro país es muy valioso para que caiga otra vez en sus horripilantes garras.

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