lunes, 19 de agosto de 2013

Una campaña mediática para aniquilar un país



Carroñeros que perdieron todo límite
No del todo superado el impacto por los números del domingo, se hace imperioso zambullirse en las variables que los hicieron realidad. Mientras tanto, los operadores triunfantes continúan haciendo lo que mejor saben: confundir, mentir, distorsionar, amenazar y, sobre todo, festejar. Y lo seguirán haciendo hasta el 27 de octubre, la fecha dispuesta para las elecciones definitivas. Y aunque los números sean más favorables para el oficialismo nacional, continuarán con su prédica pestilente, negando la realidad, empozoñando el ambiente con su accionar anti-político y horadando cualquier legitimidad. Porque no son políticos los que triunfaron. Los que más celebraron la noche del domingo no se aglutinan en ningún partido de la oposición, sino detrás de una usina de dicterios que no se lleva bien con la democracia, sobre todo cuando no está al servicio de malsanos intereses. No atañe el nombre del candidato a coronar mientras se posicione como adversario del kirchnerismo; tampoco las propuestas que presente a la sociedad. Lo que más importa es que se comprometa a destruir la relación que parecía indisoluble entre Cristina y sus seguidores.
No hay que desesperar. Las primarias pueden considerarse como un ensayo, pero no sólo para los candidatos, sino también para los votantes. Desde el lunes, los que nos consideramos parte de este proyecto estamos padeciendo lo que sería el futuro sin kirchnerismo. La soberbia inexistente que tanto denunciaron desde los libelos mediáticos ahora reina en los estudios de televisión. Las sonrisas socarronas abundan en todas las pantallas. En la cadena mediática ilegal abundan los análisis políticos y psicológicos que no buscan corregir un rumbo, sino torcerlo hasta la ruptura y así tener vía libre al saqueo neoliberal que tanto añoran. La seguridad del que cree tener razón es la más absurda de las ostentaciones. Que estas imágenes sirvan para aquellos que, a pesar de simpatizar con el proyecto K, votaron otras opciones pensando que así mejoraban el equilibrio del poder. Que este simulacro de derrota haga reflexionar a los que repararon su situación económica a lo largo de estos diez años pero confiaron su voto a quien promete un retroceso. Que este escenario de suplentes danzantes aparezca como una postal del horror que se nos puede venir con resultados como éstos. ¿No es masoquista votar algo diferente de lo que nos ha beneficiado?
Muchas personas dirán que los principales problemas del país son la inseguridad, la inflación y la corrupción. Difícil resolver estos temas planteados desde la abstracción. Instalar absolutos como asuntos de agenda política es la mejor estrategia para no encontrar jamás una salida. Buscar la perfección es un camino ideal para futuras frustraciones. La inseguridad tiene como meta el opuesto absoluto, que es la seguridad, algo imposible porque un solo caso la refutaría. Más que buscar la seguridad, hay que disminuir los delitos y para eso es necesario actuar sobre las condiciones que los hacen posibles y pugnar por la inclusión, el control político de las fuerzas policiales, de la Justicia y del sistema carcelario. Pero poco se podrá hacer con un sistema de medios que amplifica cada caso hasta la pandemia y lo presenta como peligro latente del que todos podemos ser víctimas. Planteado en estos términos no es una negación del problema sino la instalación de un poco de racionalidad para diseñar posibles soluciones. Quizá un primer paso sería desechar aquellas medidas de emergencia que muchos candidatos vociferan sin sentido, como la multiplicación de las penas o la militarización de las calles. Demagogia pura que produce gran impacto mediático pero nulo efecto real.
Algo similar ocurre con la tan mentada inflación. La reducción del asunto a un titular o una consigna es la mejor forma de instalarlo más como una fobia que como una realidad. Aunque el incremento de los precios rondara cifras cercanas al cero, seguirían asustando con ese fantasma que tanto daño nos ha hecho en otros tiempos. Porque hablar de inflación sin incursionar en sus causas es una práctica dañina. Que el INDEC manipule el IPC no es la causa del aumento de los productos. El número que se difunde mes a mes no tiene como objetivo señalar lo que gasta de más el consumidor en sus compras cotidianas, que de tan diversas son imposibles de clasificar. En todo caso, habría que poner el foco en las empresas que son formadoras de precios, sobre todo las que concentran gran parte de la producción de artículos de la canasta básica. Una economía en pocas manos siempre significa un peligro. ¿Apoyarían estos medios medidas que apunten a controlar la formación de los precios? ¿Qué dirían de sanciones hacia estos grandotes que sólo buscan apropiarse de gran parte del salario de los trabajadores? ¿Cómo reaccionarían ante la aplicación de las leyes anti-monopólicas? ¿Con qué titulares adornarían las tapas si el Gobierno Nacional interviniera una empresa sospechada de especulación? Profecía: se pondrían en contra, por supuesto. Y organizarían cacerolazos espontáneos para defender la libertad de mercado. Para ellos, la inflación se produce porque el Estado gasta dinero en planes sociales para los negros vagos y militantes de La Cámpora.
Y por la corrupción, claro está. Esas acciones que se producen en los rincones más ocultos del poder, donde la mirada del ciudadano no puede llegar. Basta un solo caso para deslegitimar a cualquier gobierno, siempre y cuando tenga una amplia difusión por los medios interesados. Con la denuncia mediática alcanza para desmoronar todo proyecto, sobre todo cuando se insiste en una sola dirección. No importa que el caso quede en la nada, como la famosa bóveda de cartón prensado o la añeja amistad del vicepresidente con alguien a quien no conocía. La machacona denuncia desde los estudios televisivos y radiales y la congelada presencia en los pasquines impresos construyen una desconfianza a perpetuidad que socava la democracia hasta el aniquilamiento. Más aún cuando la resolución del caso se prolonga en el tiempo. No importa que dentro de dos años un juez perezoso desestime la causa cuando ya nadie se acuerde. El impacto de la denuncia se produce hoy porque el periodista que la difunde con el rostro arrebatado por la indignación republicana se transforma en el juez que dicta sentencia ante las cámaras.
¡Cuántos habrán votado el domingo influenciados por tanto humo televisivo! ¿Cuántos hablarán hoy del viaje de La Presidenta cargada de valijas con dinero K? ¿Cuántos se considerarán expertos en síndrome de Hubris y analizarán cada gesto de Cristina para diagnosticarla? ¿No es enloquecedor ir tras la agenda de unos medios que sólo buscan enloquecernos?
Por ahora, están ganando. Ya consideran que La Presidenta es parte del pasado. En estos días, los sicarios se regodean porque dan por sepultado un proyecto que recién está comenzando. El domingo, muchos distraídos o confundidos ayudaron a que la oscuridad nuevamente nos amenace. Si lo hicieron como ensayo o chiste, ya pueden comprobar cuánto daño pueden causar si en octubre confirman esa decisión. Ya no serán víctimas de la manipulación mediática, sino cómplices de la destrucción de este sueño.

2 comentarios:

  1. Vengo pensando,esta aceleración de la agresión mediática,con tanta saña,no tendrä que ver con qué Massa no alcanza tampoco a los números que necesitan? ó que al final van a perder con los Supremos por la Ley de Medios?
    Alguna razón hay detrás de la "súper furia" y no la veo todavía,éste apuro por tirarla por la borda!!! hmm!

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    1. Estimada Olga: en el apunte que publicaré esta tarde, habrá algunos puntos en ese sentido. Me parece que tanta bulla toma la forma de la desesperación y les puede patear en contra. Pero no hablemos demasiado así no se dan cuenta.

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