miércoles, 21 de noviembre de 2012

La desesperación de los “sin retorno”


Confusa la jornada del 20N. Difícil saber quiénes adhirieron y quiénes fueron obligados a sumarse. Desistir del intento de ingresar a la ciudad para cumplir con la jornada laboral porque los accesos están bloqueados no es la forma tradicional de incorporarse a una medida de fuerza. Tampoco lo es recibir amenazas para bajar las persianas. Los organizadores consideran que la huelga nacional resultó un éxito, pero esto es muy complejo de verificar. El derecho de huelga es indiscutible, como también lo es el derecho a trabajar. El día de la soberanía encontró a muchos trabajadores que no tuvieron la opción de ejercer su voluntad. El 20N puede analizarse desde sus efectos, pero su legitimidad se opaca ante las demandas, los métodos y, sobre todo, con sus impulsores, una mezcolanza de vanidades cuyo único fin es oponerse. Un cóctel explosivo que finge defender los derechos de los trabajadores. Un día más con indignados que tratan de vulnerar el proyecto en curso en pos de sus demandas mezquinas. Un nuevo episodio de esta saga, cuyo final se sitúa mucho más allá del 7D.
El verdadero espíritu de este paro general lo dio el dirigente de la CTA opositora, Pablo Micheli. “De lo que se trata es de que quien tenga ganas de ir a trabajar, no vaya”, explicó, pisoteando los derechos elementales de cualquier trabajador. Tampoco hay que escandalizarse porque una protesta corte una autopista, una avenida o una ruta. Pero bloquear de manera sincronizada todos los accesos supera lo racional. Sobre todo, porque la situación no lo justifica. Los motivos que se esgrimieron no ameritan medidas tan extremas. La semana pasada, CFK dio una señal positiva respecto al mínimo no imponible del mal llamado impuesto a las ganancias. No sólo anunció que no se iba a descontar el porcentaje correspondiente en el sueldo anual complementario de diciembre, sino que impulsó la discusión de ese tributo en los acuerdos de paritarias. Eso sí, más allá de las anécdotas del 20N, se hace imprescindible una ley que reformule el sistema impositivo de nuestro país para que sea más justo y progresivo. Hay sectores que ganan fortunas y están exentos y esto es inaceptable.
Por supuesto, muchos de los que se sumaron a la jornada pedían la eliminación de lo que erróneamente consideran un impuesto al trabajo. El impuesto a los ingresos existe en muchos países del mundo y con mínimos más bajos. No se puede sostener un Estado que impulse el desarrollo con inclusión, que incremente la obra pública, que disminuya las inequidades sin financiamiento. Y los impuestos son los que solventan esas acciones que han dado resultados altamente positivos en estos nueve años. En la discusión por el impuesto a las ganancias hay una trampa, disfrazada de defensa del sueldo de los trabajadores.
Los exponentes de la oposición no escatimaron expresiones de regocijo ante la medida de fuerza de la CGT disidente, de la CTA de Micheli y esa amplia galería de fenómenos incalificables. “El paro responde a un reclamo legítimo de que no se siga financiando el déficit del Estado con el sueldo de los trabajadores, en lo que significa no actualizar el mínimo no imponible”, sostuvo el legislador radical Ricardo Gil Lavedra. “El Gobierno declama unidad nacional, pero desconoce los reclamos del pueblo”, declaró Ricardo Alfonsín, apelando a una frase de catálogo. “La relación de los trabajadores y el Frente para la Victoria está resquebrajada y rota”, pontificó la senadora María Eugenia Estenssoro. Y el senador socialista, Rubén Giustiniani, consideró que “el Gobierno debe escuchar el justo reclamo de los trabajadores, que es elevar el piso del Impuesto a las Ganancias”. Si el Gobierno Nacional eleva el mínimo, muchos asalariados dejarán de aportar al Estado, lo que conduciría inevitablemente al déficit. Del déficit se sale con recortes o con endeudamiento. Si los trabajadores con un sueldo menor a los diez mil pesos –por ejemplo- dejan de tributar, el Estado recauda menos.
Y ahora viene la trampa, la solución que pocos sugieren: ampliar hacia arriba el espectro de los contribuyentes. Lo que significa, lisa y llanamente, que paguen más los que más tienen y ganan. Por un lado, habría que eliminar las exenciones de las que gozan los jueces, las exportadoras cerealeras y mineras, la renta financiera y los jerarcas de la Iglesia Católica, entre otros. Por el otro, establecer escalas diferenciales, de manera tal que para los ingresos mínimos se aplique un índice menor que para los ingresos mayores. La trampa está en que una iniciativa de estas características desataría un conflicto de impredecibles consecuencias con los Poderes Fácticos. Por eso los laderos, acólitos y apologistas apuntan en sus carroñeras intervenciones a la desfinanciación del Estado y a la sugerencia tácita del ajuste. O peor aún. El aislamiento del mundo que tanto pregonan se relaciona más con el mercado financiero especulativo que con cualquier otra cosa. Los que siempre manejaron a su antojo la economía vernácula añoran el país en crisis, porque sus ganancias son mayores; desean un Gobierno débil para poder especular; desean una población empobrecida y suplicante a la que poder conformar con migajas. Todo esto encierra la discusión por el impuesto a las ganancias, camuflado con una edulcorada preocupación por los trabajadores que menos ganan. La trampa es la encrucijada en la que este tema ubica al equipo de CFK: elegir entre ajuste, endeudamiento o enfrentar a los grandotes para cobrar más impuestos.
“Me voy a bancar las que me tenga bancar, porque a mí no me corre nadie, y menos con amenazas o matones”, aclaró, por si hiciera falta, La Presidenta, en el acto por el Día de la Soberanía. “La voluntad de los trabajadores no puede ser dominada por nadie –agregó- los argentinos tenemos que tener la libertad de elegir qué es lo que queremos hacer, no se puede someter a la extorsión o a la amenaza”. Hay algo interesante que siempre debe recordarse: gritan los que no tienen razón o están derrotados. “La proporción de la metodología utilizada va en relación directa con el grado de debilidad que tienen quienes convocan”, consideró el ministro de Trabajo, Carlos Tomada. “La totalidad de los trabajadores representados, si hubieran parado absolutamente todos, no representa más del 25 por ciento –explicó- porque sumados Micheli y Moyano, ambos no representan a más del 25 por ciento de los trabajadores”.
Muchos o pocos, nunca lo sabremos. Lo que sí, quedó claro que se oponen. También, que su acción opositora resulta funcional a intereses oscuros. Aunque afirmen defender a los trabajadores, muchos de los aliados contradicen ese objetivo. Gerónimo Venegas es el más claro ejemplo, pues representa a un sector laboral atrozmente precarizado. Ni hablar de la Sociedad Rural o Federación Agraria. O de Luis Barrionuevo, un sobreviviente de la cleptocracia sindical.
Todos los que se montaron al paro del martes trataron de advertir una ruptura entre el Gobierno Nacional y los trabajadores. Lejos de eso, estos años han estado signados por la recuperación de las fuentes de trabajo, la disminución de la pobreza y la indigencia y la ampliación de derechos. Y muchas otras cosas más que sería extenso enumerar. El 20N no fue tan masivo como lo pintan y por eso no se congregaron en Plaza de Mayo. Si tuvo efectos notorios fue por el estilo novedoso que estrenó. Aunque Moyano y su troupe quedaron encantados, no está en el horizonte una medida similar. Ya cumplieron: inventaron un hecho para nutrir a los sicarios mediáticos. Que pase el que sigue. En los próximos días generarán una nueva sacudida que apenas impactará en el escenario político. Cada intentona resulta más débil. Esto fortalece al gobierno de Cristina. Y también a los millones que no ven la hora de manifestar su fervoroso apoyo a la construcción del país soñado. Esos millones que están ansiosos por florecer y clamarlo a los cuatro vientos.

3 comentarios:

  1. El derecho de huelga no estaba en la Constitución peronista del 49 aunque los trabajadores aún lo ejercieron en otro contexto que no es este. Que Moyano y Barrionuevo se erecten como los salvadores de los derechos de los trabajadores es como darle a cuidar un jardín de infantes al Bambino Veira y al Padre Grassi. En Doc9 traté de realizar un paralelo entre esa carta magna de Arturo Sampsay y la actualidad

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  2. Una pregunta... ¿cuáles serían las exenciones que hay que sacarles a las cerealeras?

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  3. Cuando una medida de fuerza se realiza por auténticos reclamos de los trabajadores como "Paz, Pan y Trabajo" o por reales mejoras de sueldos, es lógico que participen TODOS los asalariados, porque aquellos que no lo hacen, en el caso de que se logre lo reclamado, van a usufructuar la mejora sin haber hecho nada. Pero cuando es un paro flagrantemente político como el del 20N, para exclusivo beneficio de una dirigencia que sólo busca sus propios espacios de poder, está en todo su derecho de no acatar esas decisiones absolutamente espurias . . .

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