lunes, 28 de septiembre de 2015

Un pancho en el Imperio



Qué lejos está Francisco de Bergoglio; mucho más que el ancho del charco que necesitó cruzar para llegar al Vaticano; tanto que pocos se acuerdan de sus homilías inspiradoras de títulos agoreros en medios hegemónicos y de su Guerra de Dios en los tiempos en que se discutía en estas tierras la ley de Matrimonio Igualitario. El Papa que muchos querían opositor hoy parece revolucionario. O no tanto como eso, pero sus palabras conmovieron las entrañas del Imperio. Las incontenibles lágrimas del presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, son una buena muestra de eso. También que muchos analistas norteamericanos lo tilden de marxista y que los medios locales traten de lavar lo más posible sus discursos. Como sabemos, las grandes transformaciones no se producen por arte de magia. El tiempo dirá si la visita de Francisco dejará la huella que nos conduzca a un nuevo mundo o si fue un show más del que son tan adeptos los habitantes del País del Norte.
Algunos se entusiasman demasiado con los discursos que están circulando por el mundo, las voces que advierten sobre la necesidad de cambiar las reglas del juego antes de que todo estalle. Si la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética fue interpretada como un triunfo del capitalismo, la actual crisis global, la excesiva concentración de la riqueza y la invención de conflictos bélicos con cualquier excusa indican que el problema no estaba en los rojos. Si el comunismo fracasó en la búsqueda de la igualdad en los pueblos, el capitalismo no alcanzó la meta de distribuir sus bondades entre los individuos. O sí, pero no en todos.
Ya es sabido: mientras unos pocos gozan de un lujo vomitivo, otros padecen las más elementales carencias. Mayordomos, vestidores, choferes, autos enchapados en oro contrastan con millones que no acceden siquiera al agua. Con esta mirada, se puede arribar a descabelladas explicaciones, casi todas inspiradas por la más claustrofóbica individualidad, por las más heroicas historias de esfuerzo personal. Salvo en contadas ocasiones, nadie hace nada solo. Si la desigualdad nació mucho antes que la explotación de trabajadores en las primeras fábricas, el modelo de acumulación de riqueza actual la está potenciando. Ya no es pagar menos al obrero para apropiarse de la plusvalía. El modelo financiero permite mucho más que eso, pero sin obreros. Con unas cuantas empresas fantasma radicadas en paraísos fiscales basta para convertirse en multimillonario. La inmaterialidad del capitalismo actual permite no sólo la inexistencia del producto a comerciar sino también del billete.
Pero no sólo de inmaterialidad viven los ricachones: para demostrar que hacen algo por el planeta fabrican armas, provocan guerras y reconstruyen el país devastado. En esa perversa ecuación, potencian sus ganancias, ostentan su poder y entretienen a las tropas. El capitalismo actual contiene una pulsión destructiva que nos va a dejar sin planeta: ¿que alguien explique cómo eso nos va a hacer vivir mejor?
La argentinidad, al palo
Por si no se entendió, la pobreza y la desigualdad no devienen de fenómenos climáticos, de la mala fortuna o de la vagancia de los afectados sino de esta constante obsesión de multiplicar las cifras, tanto de las fortunas como de los excluidos. Lejos de apelar a abstracciones celestiales o acciones caritativas, el Papa Francisco afirmó que los organismos financieros deben velar por el desarrollo sostenible y la no sumisión asfixiante a los sistemas crediticios que lejos de promover el progreso someten a las poblaciones a mecanismos de mayor pobreza y dependencia”. La deuda y los capitales sin patria son los que saquean los países y la libertad de mercado y la seguridad jurídica son las herramientas que lo permiten.
Mientras existan formas de multiplicar fortunas sin generar riqueza distribuible, la inequidad, la pobreza y el hambre extremos serán una constante. Esta es la cultura del descarte de la que habla Francisco: una economía sin trabajadores, consumidores ni productos; con pocos incluidos y muchos excluidos. Como esto no es producto del capricho de dioses adversos, el ex Bergoglio aseguró que “el mundo reclama de todos los gobernantes una voluntad efectiva para mejorar el ambiente y vencer los fenómenos de la exclusión social y económica con su triste consecuencia de trata de seres humanos, comercio de órganos, explotación sexual niños, tráficos de drogas y armas, terrorismo y crimen internacional organizado”. El Sumo Pontífice no apela a la santidad de las buenas personas sino a la decisión de los presidentes de gobernar para sus pueblos. Aunque haya aconsejado el abandono de las ideologías, está sugiriendo que sea la política la que gobierne a la economía y no a la inversa.
Y si se abandonan las ideologías –si es eso posible- que sean todas y no sólo las que molestan a los destructores. Porque el capitalismo también es un sistema ideológico que genera símbolos y valores como cualquier otro. Todavía quedan algunos que intentan preservar sus principios como si fueran verdades o, al menos, sentido común. Pero ese discurso que parecía tan indestructible, después de tantas crisis, está mostrando algunas fisuras.
Fisuras que están generadas no sólo por las voces que lo cuestionan, que siempre han existido, sino también por sus rotundos fracasos, aunque algunos se sientan exitosos cuando consultan sus cuentas bancarias. Porque ese éxito individual provoca el padecimiento de muchos. Y ése es el principal fracaso: un sistema que crece y se reproduce gracias al consumo excluye día a día a más consumidores; si no hay consumidores no hacen falta los productos; si no hacen falta los productos, tampoco son necesarias las fábricas; si no hay fábricas no hay trabajadores; y si no hay trabajadores, no habrá consumidores.
Para revertir este círculo vicioso hay que forzar la circulación del capital, de ese que está inmovilizado en miles de cuentas, cajas de seguridad y bóvedas de verdad. Para transformarlo en virtuoso hay que contener tanta avaricia, indiferencia y torpeza. Aunque parezcan ‘vivos’, en realidad son muy torpes. De seguir así, terminarán como en esas pelis apocalípticas, encerrados en burbujas climatizadas en medio de un paisaje desértico acosado por mutantes que claman la devolución de la dignidad que les han amputado.
Francisco terminó su intervención en la ONU con unos versos del Martín Fierro: “los hermanos sean unidos porque ésa es la ley primera […] porque si entre ellos pelean los devoran los de afuera”. Desde un espacio internacional como ése, los de afuera no son extraterrestres invasores. Los de afuera son Ellos, los que se quieren quedar con todo. Y nosotros, sin duda, deberemos ser los hermanos.  

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