miércoles, 15 de abril de 2015

Un dilema fácil de comprender



La VII Cumbre de las Américas dejó un sabor a cambio en la Región, pero no en el sentido de un retorno a las políticas económicas del neoliberalismo. Lamentarse por la desigualdad sin contener a quienes la producen no es más que hipocresía. Por eso no caen bien las palabras de los grandes empresarios que sólo se preocupan por la competitividad como excusa para reducir salarios y cargas impositivas: el tan cuestionado modelo del derrame, que sólo produce un miserable goteo. Para achicar la brecha hay que recortar la cima de la pirámide, en lugar de permitir que siga ascendiendo. Los árboles crecen de abajo hacia arriba y lo más importante es la raíz, que recibe todos los nutrientes. Cuando las ramas del árbol se van muy alto, a veces es conveniente cortarlas para que no perjudiquen al resto. Quienes aconsejan achicar el gasto y reducir la demanda sólo buscan acrecentar sus ganancias invirtiendo lo menos posible y apropiarse de una renta para inmovilizarla en cuentas en el extranjero. Ese círculo les sirve sólo a ellos y perjudica al resto de la sociedad. A nadie engañan ya con sus lamentos y como está tan clara la ecuación, los candidatos de esa minoría mezquina no podrán conquistar las voluntades necesarias para torcer el rumbo iniciado en 2003.
Aunque se burlen de esa expresión, cada vez más datos confirman lo de la Década Ganada. Si bien la ponzoñosa creatividad inspira las más denostadoras combinaciones, en estos más de diez años la mayoría logró estar mejor. En términos de redistribución, quienes se ubican en la base de la pirámide se han beneficiado con políticas de inclusión, a pesar de la resistencia de los que más tienen, adláteres, voceros y lame-suelas. La reducción de la pobreza y el éxito de la moratoria previsional han sido destacadas por organismos internacionales. Por supuesto, en un país como el nuestro no debería haber pobres y los jubilados deberían ganar mucho más, pero la avidez inexplicable y despiadada de una minoría patricia dificulta alcanzar ese imprescindible objetivo.
Y no es sólo repartir plata, como plantean los malintencionados reduccionistas, sino brindar acceso a los principales servicios como agua, electricidad, gas y desagües. La construcción de escuelas, la distribución de netbooks y libros y el plan Progresar facilitan que más niños y jóvenes puedan estudiar. También se han diseñado programas para que se capaciten aquellos adultos que no han podido completar su formación. Además, el Fútbol Para Todos y la TV digital permite gozar de bienes culturales a los que nunca habían soñado con eso. La lista es mucho más extensa y desbordaría el espacio de un Apunte y es muchísimo más amplia que los chori-planes que aparecen como burla en las nefastas simplificaciones de los medios hegemónicos. Si no hubiera tanta malicia, el camino sería más ágil y placentero; si no hubiera tanta avaricia estaríamos más cerca del país que soñamos.
Los nostálgicos del derrame
Pero muchos añoran las pesadillas de antaño y se convierten en apologistas del retroceso. Esos que llenan sus arcas con las miserias ajenas deberían quedar en la ruina: no merecen tener un centavo. Encima de que tienen todo, cuando ven que los demás están un poco mejor, sin pudor, desatan su envidia. Y aunque no sepan para qué, ellos quieren tener mucho más. Angurria patológica, porque no quieren tener más para invertir y crecer, sino para acumular. La cifra los enceguece. ¿Qué otra explicación tienen los dichos del titular de la UIA, Héctor Méndez, en contra de las negociaciones paritarias? Le llovieron las críticas, como corresponde. Un poco de valentía hubo en sus palabras, a pesar de lo descontextualizado de su intervención. El cinismo llena de excusas a los grandes empresarios, pero en el fondo ansían apropiarse del bienestar ajeno. Por más que reclamen inversiones, que hablen de competitividad, de reducir la demanda, lo que quieren es tener mucho más, aunque el resto chapotee en el fango.
A lo mejor, a los personajes como él les duele que el salario privado se haya elevado, en promedio, un 1154 por ciento desde 2002, al pasar de 928 a los 11643 pesos de 2014, por encima de cualquier índice inflacionario. Y lloran, como si en la puja distributiva perdieran plata. No, han crecido como nunca gracias al incremento del consumo. Eso sí, invirtiendo proporcionalmente menos que el Estado. Ese Estado al que tanto exigen que achique el gasto público. Con un gobierno obediente a estas repulsivas demandas, la recesión estaría a la vuelta de la esquina.
De acuerdo a un estudio presentado recientemente por la CEPAL, dependiente de la ONU, entre 2003 y 2012, Argentina registró el mayor nivel de inversión respecto del PBI de las últimas tres décadas. Pero ha sido el Estado quien, en proporción, ha invertido mucho más, en asignaciones, planes, obra pública, construcción de viviendas, para incentivar el círculo virtuoso de la vida económica. Los privados, en cambio, no sólo han invertido proporcionalmente menos, sino que han intentado –y logrado- escamotear recursos a través del incremento desmedido de los precios, evasión, especulación y fuga de capitales.
El ministro de Economía, Axel Kicillof, en el cierre del encuentro de Jóvenes Empresarios por una Argentina Inclusiva, Industrial, Productiva y Sustentable fue, una vez más, didáctico y contundente: “en estos años quedó demostrado que la redistribución del ingreso es un instrumento de crecimiento económico y que, al revés de como dice el liberalismo, hay que distribuir para crecer, porque la inclusión social crea consumidores y demanda agregada”. Claro, el Estado inyecta recursos hacia los sectores bajos y medios, que son volcados al consumo, que se incrementa, produciendo un beneficio en las empresas, que deberían reinvertir parte de sus ganancias. Como muchas no lo hacen así, el Estado debe volcar más recursos para evitar la recesión y así comienza a tropezar el desarrollo. Y si, además de todo esto, protestan por las obligaciones impositivas, la cosa se torna insoportable.
El martes, en la inauguración de una nueva línea de producción de la planta de Honda en Campana, La Presidenta volvió a destacar el rol del Estado como impulsor del crecimiento económico. Y cuestionó a los agoreros, a los que quieren “achicar la demanda” para poder invertir: “para aumentar la inversión deben disminuir un ‘cachitito’ la rentabilidad o traer la plata que se llevaron afuera”. Un proyecto inclusivo de desarrollo en pugna con un avariento modelo de desigualdad. El auspicioso futuro o el peor pasado. Representantes del pueblo o gerentes empresariales. Las urnas esperan la resolución de este dilema, que en realidad, no es tan difícil de dilucidar.

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