viernes, 28 de febrero de 2014

El internacionalismo de las cacerolas


Como era de esperarse, el Gobierno Nacional manifestó una vez más su apoyo a la democracia en Venezuela, amenazada por vecinos disconformes con las políticas del presidente Nicolás Maduro. En realidad, no con las políticas de Maduro, sino con todo lo que huela a chavismo. Porque una cosa es oponerse y otra despreciar. Una cosa es ser crítico y otra, criticón. El crítico cuestiona después de informarse, evaluar, meditar. El criticón siempre está dispuesto a protestar, aunque no sepa demasiado de qué se trate el asunto. Una cosa es rechazar una medida en concreto y otra, repudiar en su totalidad a un gobierno y todo lo que representa. El crítico realiza un recorrido de lectura para adquirir y asimilar datos y diferentes puntos de vista. El criticón sólo se somete a la manipulación de los medios hegemónicos para justificar sus prejuicios. Las revueltas venezolanas parecen estar protagonizadas por una versión más sulfurada de los caceroleros vernáculos, sumamente exasperados y mucho más intimidantes. Y algunos, más que cacerolas, portan armas. Lo que tienen en común con nuestros caceroleros es el hartazgo egoísta del individuo que pretende preservar privilegios, no tanto propios, sino de una minoría acostumbrada a gobernar.
Otra similitud se encuentra en los representantes de esos disconformes. Hay una simbiosis entre el imaginario de dirigentes y dirigidos, a tal punto que se confunden los roles. Los primeros están tan manipulados como los segundos. Una obviedad: un dirigente debe dirigir, no ser dirigido. Por supuesto que debe escuchar las demandas, pero es necesario profundizar en los temas para transformarlas en propuestas políticas. Un ejemplo criollo puede resultar ilustrativo. En estos días, el diputado por el PRO, Federico Pinedo, ha dado otra muestra de irresponsabilidad e inconsistencia. Ya había deleitado a su público al considerar que sólo Aristóteles podría superar a Mauricio Macri en su capacidad política.
Por supuesto que no lo dijo en serio. Pinedo acostumbra a jugar con humoradas, como muchos políticos de todas las latitudes. Si no fuera por eso, la política sería demasiado solemne. Un tedio absoluto. Pero tampoco la pavada. Una comparación entre Aristóteles y Macri sólo puede hacerse como una ironía que deja mal parado a uno de los nombres utilizados. Y no será el griego, precisamente. Porque Aristóteles pugnaba por el gobierno de los mejores, considerados como parte de la aristocracia –aristos, los mejores-, pero no en el sentido que tenemos en la actualidad de ese término. Los mejores, no porque han ganado mucha plata de la peor manera, sino por su sabiduría, su equilibrio, su justicia. La única comparación, es por la negativa: Macri nunca será el mejor en nada.
Pero lo nuevo de Pinedo es la lectura sin anteojos de la situación en Venezuela. En una entrevista radial, defendió a Leopoldo López sin saber quién era ni qué había hecho: es su héroe sólo por sus intentos destituyentes. Y lo peor: justifica la interrupción del gobierno venezolano porque Maduro “está pirado”. Cuando Cynthia García llamó su atención sobre la calificación utilizada, protestó porque no se respetaba su opinión libre. Decir que un mandatario está pirado, puede ser cualquier cosa menos una opinión y más aún cuando es emitida por un diputado. Y, sobre todo, califica más al que utiliza ese término que al calificado.
Gruñidos desde las góndolas
Tanto acá como allá –todos los ‘allá’ posibles- los medios hegemónicos cumplen un rol fundamental por su capacidad para deformar realidades y desorientar a la opinión pública. Sin dudas, han dejado de ser herramientas de comunicación para convertirse en armas de destrucción, de disolución de la sociedad, de aniquilación de las conciencias. Las malformaciones que difunden con el formato de noticias no tienen otro objetivo más que promover el descontento, la desconfianza, el desánimo. La amenaza de catástrofe como contenido permanente. Lo podemos comprobar con sólo hacer una recorrida por la tapa de los principales diarios. Y eso no es nada: gran parte de los titulares se basan en mentiras o deseos de sus redactores.
Un esfuerzo enorme deben realizar esas plumas para conformar la errática línea editorial que construyen. Errática y contradictoria. Nada importa a la hora de desgastar a Cristina y su séquito de aplaudidores. Si se expropian las acciones de YPF, saltan en defensa de la multinacional que vació la emblemática petrolera. Si se paga como corresponde, se quejan porque se gasta el dinero de las reservas. Si se alcanza un acuerdo a treinta años, destacan el monto total que se abonará con intereses. Tanto desconcierto editorial hay en esos medios, que La Nación denuncia “un giro a la derecha del gobierno”. Para los que no entiendan la contradicción, ese diario es la expresión de la derecha argentina, por lo que deberían alegrarse si ocurriera algo así. Esto podría señalarlo algún columnista de Página/12 o Tiempo Argentino, pero no los de Clarín, La Nación, Perfil o algunos de los derechosos.
Este confuso itinerario ideológico se traslada también a los exponentes de la oposición que son fieles seguidores de la agenda mediática, que se desviven por unos segundos de atención. Protagonistas casi exclusivos de las pantallas, recitan las sandeces más desconcertantes con tal de obtener el beneplácito del Gran Director. No dudan en abandonar las banderas que alguna vez blandieron con tal de recibir una magnánima caricia en el lomo. Algunos, como Felipe Solá o Facundo Moyano, no tienen reparos al sugerir una rebaja salarial para frenar la inflación. Un absurdo insostenible. Pero lo hacen adrede, para instalar el tema en medio de las discusiones paritarias, para desviar la atención de la opinión pública, para victimizar a los empresarios, para asustar a los trabajadores. No en vano el presidente de la UIA, Héctor Méndez, advirtió que podría haber “pérdidas de empleo” en el sector industrial. “No dijimos que hoy haya pérdida de empleo, pero avisamos que puede haber”. Eso, más que advertencia, parece una amenaza.
Amenaza por lo que puede venir. Uno de los tópicos que dejó en evidencia el programa Precios Cuidados es la descomunal tasa de ganancia de los grandes empresarios, tanto los que producen como los que comercializan. Muchos analistas y organismos de defensa del consumidor coinciden que hacia allí deben apuntar las nuevas medidas, a reducir esas ganancias escandalosas que van desde el 150 hasta el 1000 por ciento. Entonces, aparece Héctor Méndez con el as en la manga, como si dijese: “si se meten con ese asunto, puede haber despidos”.
Tanto los diputados del Frente Renovador –que de tan renovadores, cambian sus ideas todos los días - como el presidente de la UIA ponen los salarios y los puestos de trabajo como variables de ajuste de la economía. Como si el asalariado estuviera en una encerrona: si no se deja robar con los precios, puede ver reducidos sus ingresos o perder el trabajo. Extorsión con todas las letras. Y esto demuestra que nos estamos acercando al núcleo del problema de los precios, de la tan mentada inflación.
No hay que pensar en leyes nuevas para frenar el saqueo que se produce en las góndolas. La Ley de Abastecimiento -20680- brinda instrumentos más que suficientes para frenar tanta angurria, para castigar a los que elevan de manera artificial los precios, los que obtienen ganancias abusivas, los que inventan intermediaciones, los que remarcan los productos. Sólo falta establecer una reglamentación más enérgica porque, más que cuidar los precios, hay que preservar a los compradores.

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