lunes, 14 de octubre de 2013

Conspiradores y cómplices

Cuando la maldad no tiene límites

Nadie sabe qué nombre ponerle al 12 de octubre, aunque sigue siendo feriado. Día de la raza, encuentro de culturas, diversidad cultural son las variantes nominales de un hecho que no debería festejarse. En todo caso, podría llamarse día del saqueo y el aniquilamiento, para darle su justa dimensión. Si queremos conquistar otro lugar para las culturas originarias en una patria blanca podríamos adoptar como festivo el día de la Pacha Mama, en lugar de la llegada de Colón. ¿Para qué tener un rojo en el calendario que nos avergüenza celebrar? En fin, tenemos todo un año para pensar en esta cuestión. Con lo que no tenemos demasiado tiempo es con la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, porque ya estamos viendo las consecuencias de tener un monstruo desenfrenado. Y la Corte Suprema de Justicia, como máxima autoridad, tiene mucha responsabilidad en esto. Por lo que sea, sus miembros han sido cómplices de un atropello institucional insólito desde el retorno a la democracia. Compinches de los bravucones monopólicos: una vergüenza para cualquier sistema judicial, salvo los que se tejen en un atroz régimen autoritario. Una justicia corporativa que protege a las corporaciones y pisotea a las autoridades democráticas no busca otra cosa que constituir un Estado paralelo conformado por exponentes no elegidos por el voto popular.
Y con tanta protección, las propaladoras de estiércol y sus sicarios están desquiciados. Con la impunidad concedida desde algunos tribunales, se muestran obscenos, bestiales, salvajes. Irrespetuosos y destituyentes, también. Ya no se ocupan de informar e interpretar los hechos. Las “noticias” no sólo están basadas en alucinados inventos, sino pobladas de improperios y sospechas hacia las legítimas autoridades nacionales. Que un periodista con discutible predominio de audiencia especule con “nos quieren acostar con la mina ésta” en referencia a la enfermedad de La Presidenta significa una provocación cercana a lo pornográfico. Y sumado a eso, la puesta en duda de la legitimidad del vicepresidente Amado Boudou para asumir temporalmente basada en denuncias creadas por ellos mismos es, sin tapujos, un nuevo intento destituyente. Como toda libertad, la opinión exige responsabilidad, sobre todo cuando se difunde desde los medios, porque la irresponsabilidad se traslada al espectador y se potencia. La cloaca dominical de El Trece le hace mucho daño a la democracia porque sólo alimenta prejuicios y no apunta a conformar ciudadanos comprometidos, sino todo lo contrario. Si desde una pantalla televisiva se insulta sin pudor a los representantes elegidos democráticamente, convalida una revuelta sin motivos, invita al público a pensar en los mismos términos desprovistos de rigor y mesura 
Los sicarios de la cadena hegemónica calificaron de impresentable a Boudou, aunque nada de lo que vomitan lo justifica. Una simple paradoja: el Jefe de Gobierno porteño está a la espera de un postergado juicio oral, procesado en serio por dos casos de gravedad institucional, y jamás lo han llamado así. Por capacidad, gestión y otras cosas más lo merece ampliamente, vale reiterar. En cambio, las denuncias revoleadas sobre actos de corrupción desde esas usinas de estiércol no han inspirado siquiera una convocatoria al ex ministro de Economía para una declaración indagatoria, paso esencial para el inicio de una causa. Desde el punto de vista jurídico, aún no tiene mérito siquiera para la categoría de sospechado. Tan inocente como el más inocente de los vecinos, pero la desconfianza sembrada durante más de un año y medio ha rendido sus frutos y se ha extendido como una plaga entre los consumidores, tanto los desprevenidos como los prejuiciosos. El motivo: Amado Boudou fue quien presentó el plan para recuperar los fondos de las AFJP, que se han triplicado desde su estatización. Claro, sacó de manos de los especuladores un negocio fenomenal y, por venganza, lo acribillan con sus dicterios   
Pero no sólo con eso amplificaron la suspicacia. También pusieron en duda la veracidad sobre la salud de La Presidenta o, por lo menos, sobre la información oficial. Y también poblaron a la Fundación Favaloro de funcionarios y familiares de Cristina que maltrataban a médicos, enfermeras, mucamas, ordenanzas y cualquier otro ser que pasara por allí. De locos. Si fueran bien intencionados, en lugar de contenidos periodísticos, deberían producir comedias. Pero como no lo son, atentan contra todo lo recuperado en estos diez años de recorrido K. Y no lo hacen por plata, pues eso les sobra, sino de puro malvados. Tampoco porque quieran recuperar un poder apenas limado. Lo hacen porque no soportan que el país esté mejor haciendo lo contrario de lo que ellos quieren que se haga. Lo hacen porque les molesta la felicidad ajena. Lo hacen porque no conocen otra forma de vida más que el vampirismo desaforado que nos ha hundido en la miseria a principios de siglo.
Lo hacen porque hay una Justicia cómplice que se lo permite. Cuatro años hace que el Grupo no cumple con una ley de la democracia porque un grupete de jueces ha tomado la decisión de protegerlos. Magistrados que amparan la ilegalidad con ostentación. Si no fuera por tanta impunidad, habríamos podido avanzar mucho más, porque detrás de Clarín se escuda un sistema salvaje y destructivo; un modelo de acumulación insaciable que sólo produce desigualdad; una pandilla de grandotes que quiere evitar cualquier control porque consideran al país como coto de caza. ¿Y por qué tanta resistencia?, se preguntará el buen lector, un tanto distraído. Porque si Clarín adquiere dimensiones humanas, la domesticación de las bestias será mucho más sencilla. Porque sin ese poder enloquecedor, deberán dedicarse en serio al periodismo. Porque no podrán condicionar a los gobiernos democráticos para que faciliten sus negociados. Y, por último, porque están acostumbrados a que las leyes se acomoden a sus ambiciones y lo contrario, los desespera.
Decodificar es la tarea. Interpretar sus libelos como si fueran jeroglíficos. Si hablan de aviones es porque quieren que Aerolíneas Argentinas vuelva a ser privada para garantizar la extinción de la línea de bandera. Si dan excesiva cobertura a un corte de luz, es porque desalientan la intervención del Estado en la generación de energía. Si eligen cualquier combustible para titular, es porque quieren ver YPF en manos de depredadores internacionales. Si critican al cine nacional y los incentivos del INCAA es porque quieren tener en sus manos la construcción de una cultura individualista y comercial. Si para ellos todo está mal no es porque vean el vaso medio vacío, sino porque de un manotazo quieren sacar de la escena cualquier recipiente que no sean sus arcas. Pero, es bueno repetir, no hacen todo esto por plata, sino de puro malvados, de excesivamente perversos, por simple prepotencia.
A pesar de este cuadro tan inundado de oscuridad, una sola idea puede aportar algo de luz. Jamás se han mostrado tan poco sutiles, nunca ha sido tan fácil detectar sus trampas. Si esto ocurre es porque advierten que les queda poca cuerda. Un poco de paciencia. En dos semanas, los argentinos decidiremos qué camino tomar: si el de la profundización de las conquistas de esta década o el de la restauración del modelo que tanto daño nos ha hecho en tiempos no tan lejanos.

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