miércoles, 10 de julio de 2013

Juramento, mentiras y silencio



Mientras algunos comercios se preparan para rechazar el billete de cien pesos con la imagen de Evita, en Bogotá, la Conferencia Latinoamericana de Imprenta de Alta Seguridad le otorga un premio por su diseño y excelencia. Claro que no es eso lo que inspira la repulsa, sino un odio ancestral. Después se rasgan las vestiduras por la división que existe en nuestro país. Esa brecha ha existido siempre y resultará difícil de superar. A riesgo del Autor, imposible. Pensar en una sociedad de cuarenta millones sin conflictos y unida en pos de objetivos comunes no es una utopía, sino una ingenuidad, para no utilizar un adjetivo que podría herir la susceptibilidad de algún lector. Quien prometa eso, está mintiendo con descaro. En todo caso, lo que se esconde detrás de esa consigna es el sometimiento de las mayorías a los intereses de la minoría. Porque de eso se trata tanta declamación dramática con que algunos candidatos tratan de seducir al electorado. Una vez más habrá que aclararlo: cuando desde algunos sectores se exige diálogo es porque quieren obediencia. El país normal que algunos quieren imponer es el del consenso para la inequidad.
Algo nunca visto ocurrió en estos días. El candidato y creador del Frente Renovador, Sergio Massa, lanzó su campaña asumiendo un “compromiso público de fuego”: los integrantes de la lista firmaron una declaración ante escribano público en la que juran no “avalar en el Congreso ninguna iniciativa de reforma de la Constitución Nacional ni de reelección indefinida”. Lo que no es un compromiso sino apenas una promesa es que defenderán con “uñas y dientes” la AUH y la “inclusión jubilatoria”. Con uñas y dientes pero no con sus firmas. El intendente de Tigre aseguró, además, que no dará “ni un paso atrás” en la política de DDHH. Nada dijo sobre pasos hacia adelante, justo ahora que se vienen los juicios a los beneficiados civiles –instigadores, en realidad- de la última dictadura.
Cuando alguien jura es porque el otro desconfía. Los motivos de la desconfianza pueden ser muchos. La suspicacia permanente mimetiza la ausencia de criterio para evaluar los hechos. Quien siempre duda parece más inteligente, aunque no lo sea. El que está en contra cree estar más iluminado. El recelo es más fácil porque un solo dato lo respalda. Y si no existen datos, con los prejuicios basta y sobra.
Los medios con hegemonía en decadencia explotan esto hasta el hartazgo. Gran parte de los contenidos que difunden no tiene otro objetivo más que confirmar los prejuicios existentes en algunos de sus seguidores. Con cada palabra, apuntan a alimentar el núcleo duro de los desconfiados. El año pasado, cuando comenzaron las primeras emisiones del PPT opositor, el impacto de sus operaciones informativas con forma de serias investigaciones duraba unos días. Recién hacia mediados de la semana el universo kirchnerista podía respirar tranquilo porque se desmantelaba la mentira. Ahora, la fecha de vencimiento está muy próxima a la de elaboración.
Pero a Jorge Lanata no le preocupa la fugacidad de su hacer periodístico. Tampoco se avergüenza por traicionar sus propios principios o lo que sea que guíe sus pasos. De acuerdo a su lógica, cobra por hacerlo. Quienes no ganan nada son los individuos que memorizan cada uno de sus informes. Y son los que deberían avergonzarse en serio por creer gratuitamente en las fábulas que se desarman al momento de su emisión. Seguramente ni se enteran de esas desmentidas. O están tan empantanados en la desconfianza prejuiciosa que nada logra rescatarlos. Además, una denuncia de corrupción es más sencillo de entender que un argumento político. Y, aunque parezca paradójico, la búsqueda de la transparencia es uno de los tópicos más descomprometidos en la puja electoral. La tan mentada corrupción se confirma con un solo caso y sirve para mancillar a la Política en su conjunto.
Con esto no se pretende validar el accionar delictivo de algunos individuos que se montan a la función pública sólo para garantizar su fortuna. Pero de ellos tiene que hacerse cargo la Justicia y no un grupo de periodistas reunidos en un estudio televisivo como si fueran jurados celestiales. Que un funcionario vaya a la misma taberna que un narcotraficante no lo convierte en un bandido. Tampoco que vivan en el mismo barrio. Desde las desalentadoras usinas mediáticas, Puerto Madero se presenta como una cueva de piratas y con sólo transitar por la zona, cualquier ciudadano se transforma al instante en un peligroso filibustero. Las propaladoras de estiércol se han esforzado también por demonizar a algunos personajes del staff gubernamental. Desde hace un tiempo, ‘Moreno’ ha dejado de ser un apellido para convertirse en el monstruo que inspira las más terroríficas pesadillas de niños y adultos. Y tanto empeño de los odiadores tiene sus frutos: el casi linchamiento de Axel Kicillof en un buquebus es un claro ejemplo de ello.
Con estas estrategias discursivas que muchas veces incluyen la mentira, la calumnia o la extorsión evitan abordar una comprometida discusión basada en un honrado posicionamiento ideológico. Claro, saben que ahí pierden; que en ese terreno no tienen nada para proponer y mucho menos para defender. Lo que importa es terminar de una vez por todas con este gobierno que los desvela. No incumbe cómo. Lo grave del asunto no es sólo que muchos periodistas se trepen a ese tren denuncista, sino que lo hagan también los candidatos. Porque ellos tampoco encuentran la manera de contrarrestar la potencia del kirchnerismo en el plano de las ideas. Por eso sus intervenciones verbales son tan erráticas y confusas, tan contradictorias, tan poco propositivas. Los candidatos integran listas multicolores cuya única promesa es la disolución.
Y aunque están cada vez más solos, siguen insistiendo con la misma treta: pegotearse de manera incongruente para conquistar un público cada vez más disperso. Un manojo de individuos que se amontonan más por el espanto que por el amor. Y de tan confundidos, marchan a la calle no para conquistar derechos sino para exigir privilegios. Cualquier cosa cabe en las pancartas que blanden, desde la exención impositiva para los altos ingresos hasta los insultos más inaceptables. Minorías que niegan toda legitimidad a la mayoría. Sujetos que pisotean todo principio democrático para imponer sus más desconcertantes caprichos con formato de demandas atendibles.
Con tal de estar en contra, niegan cualquier logro. Hasta llegan a dudar de la veracidad del lema “la década ganada”. Para fundamentar su rechazo, se sumergen en el absurdo, como hablar de dictadura, censura, persecución, entre otras alucinaciones nocivas. Con tal de estar en contra, hasta parecen traidores. Si en los conflictos internacionales se ponen de parte de los otros y, por más doloroso que parezca, han festejado los tropiezos y celadas que hemos padecido en estos años. Aunque en el Congreso todas las fuerzas políticas votaron por una declaración de rechazo a la humillación padecida por el presidente Evo Morales, ante los micrófonos evitan cualquier mención al asunto. ¿Será porque se saben espiados y no quieren quedar mal con el Imperio?  "Me corrió un frío por la espalda cuando me di cuenta que nos espían a través de sus servicios –confesó CFK en Tucumán -y del otro, de mi país, solo escucho silencio".
Por más que zapateen, la década ganada es un hecho indiscutible. En eso se basa tanta desesperación, tanta saña criticona. "Buscan bajarnos el ánimo. No nos perdonan haber levantado la autoestima de los argentinos", clamó La Presidenta el día de la Independencia. Y el 197 aniversario cobra sentido porque, sin dudas, estamos mucho mejor que diez años atrás. Si hoy refrendamos la independencia es porque el Estado se ha convertido en el “gran constructor de las políticas económicas y sociales”. Eso es lo que más molesta, pero no lo pueden confesar. Por eso tiemblan ante la posibilidad de una reforma constitucional que consolide esos principios. Por eso se asquean ante la promesa de Cristina: “a la década ganada le tiene que seguir otra década ganada”. Por eso todo lo que antecede, porque piensan el bienestar como un privilegio y sienten rabia cuando deben compartirlo. Y odian perder privilegios.

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