lunes, 3 de diciembre de 2012

Un desperdicio de libertad


En estos días que quedan hasta el 7D y, de seguro, los subsiguientes, se hablará mucho sobre la libertad de expresión. Periodistas, intelectuales y políticos de la oposición tratarán de focalizar en ese tópico su rechazo a la LSCA, como vienen haciendo desde hace un tiempo. El exponente del radicalismo, Oscar Aguad, llegó a declarar, en el colmo de la obsecuencia hacia el Grupo, que, de llegar a ser presidente –en sus fantasías más delirantes- directamente la derogaría. No es el único, sólo uno de los pocos que se animó a expresarlo abiertamente. Sin embargo, la ley no pone en peligro la libertad de expresión, sino que garantiza su distribución y la amplía a nuevos actores. Claro, del universo neoliberal del que venimos, que una corporación, la más importante, deba someterse a los dictados de una norma, parece una anomalía pasajera. Más aún, cuando sus directivos se han acostumbrado a que los decretos, leyes y decisiones estén a la medida de sus intereses, en detrimento de las necesidades de la mayoría. El rechazo y la resistencia a la ley no sólo se relacionan con lo económico, sino también con lo simbólico. La batalla cultural tan mentada la están perdiendo. El sentido común dominante que han creado desde siempre se está desmoronando. Su palabra ya no es tan valiosa ni tan temida. Los titulares no pueden tumbar a nadie, salvo de risa. Por más que denuncien, presenten cautelares y zapateen, el muro de papel se está debilitando y la protección que ofrecían a los poderes concentrados de la economía ya no resulta tan efectiva.
Esta transformación que estamos presenciando se debe, por supuesto, a los logros de innovación, gestión y compromiso del Gobierno Nacional. Pero el empecinamiento de los medios hegemónicos en dibujar un escenario de zozobra y un futuro de penalidades también ha hecho su parte. Ya han perdido toda sutileza para bosquejar sus falsedades. No hay que ser un experto para detectar el espíritu manipulador de sus contenidos. Hasta La Nación, que otrora ostentaba una confiabilidad imbatible –más allá de su posición conservadora- se ha contagiado de la alucinante aventura de inventar la realidad. Pero no es el único caso. Además de los periodistas de estos medios agoreros, políticos de diferentes partidos y hasta las jerarquías eclesiásticas avanzan por el riesgoso sendero de creer que el escenario inventado es el verdadero. Y hasta se aventuran a crear sus propias farsas.
La juventud militante del PRO –perdón por el triple oxímoron- podrá ostentar la estética publicitaria y el glamur de sus movimientos, pero no mucho más que eso. Los jóvenes amarillos explotaron en gritos y aplausos ante la aparición del líder –es un decir- Mauricio Macri. “Se siente, se siente, Mauricio presidente”, amenazaba, ilusionado, el público de la sala teatral de la ciudad de La Plata. Y la imaginación desbordó a los purretes. Muchos vestían remeras con el rostro del Jefe de Gobierno porteño con la melena y la boina inconfundible del Che Guevara y debajo de la estampa, una consigna: “Macri es revolución”. Y después inauguran un 0800 para denunciar el adoctrinamiento en los colegios. ¿Qué tomaron estos chicos para alcanzar una comparación así?
Eso sí, con esa remera expresan varias cosas: no saben nada de historia ni de política y no tienen idea de dónde están parados. Ni con quién están tratando. Macri no podría ser un revolucionario porque para eso hay que trabajar mucho y tener ideas. Para que quede claro: Mauricio y el Che serían enemigos. El Che lo enfrentaría en un combate y Mauricio mandaría unos sicarios para asesinarlo por la espalda. La libertad de expresión es un derecho irrenunciable, pero no puede dar pie a que el marketing se anteponga a la coherencia. Macri –al igual que los medios que protegen su peligrosa inoperancia- explota la inocencia de sus seguidores y persiste en el engaño como estrategia de posicionamiento. “No hay que dividir en vez de sumar esfuerzos, no hay que echarle la culpa a otro por lo que no se hace”, pontificó, con su habitual hipocresía blindada. Precisamente, Macri está donde está no por sus propios méritos, sino gracias a la construcción experimental de un neoliberal populista, a la encarnación efectiva de la manipulación mediática.
Porque, eso sí, para que la manipulación sea exitosa debe haber un público que se someta a ella; un conjunto de individuos que no dude ni una letra de las consignas con formato periodístico que consumen a diario; televidentes que se niegan a ser ciudadanos, que prefieren posturas digeridas, que se sienten cómodos con la exagerada expresión de enojo en sus rostros. Me gusta que me mientan, me apasiona ir por la vida repitiendo opiniones sobre falsedades, me encanta pensar que todo se va al carajo, me excita saber que vivo en el peor antro del mundo. Lo que asimilan como información no hace más que alimentar sus prejuicios. Alienados, desconfiados, desmemoriados, alucinados. Sólo se manejan por la vida con preceptos insustanciales y denuncias insostenibles, incapaces de aceptar un argumento sólido. Aunque moleste, están en su derecho.
Estos habitantes son libres de creer en cualquier cosa. Si el diario o la locutora simpaticona afirman que La Presidenta está tan enojada con el documento de la Conferencia Episcopal Argentina que se niega a mantener una reunión con las jerarquías eclesiásticas, habrá que creerlo. Y sin importar que los involucrados salgan a desmentir las versiones periodísticas. Los obispos emitieron un comunicado en el que aclaran que ante el pedido de una entrevista con CFK, “la respuesta fue inmediata y se concedió la misma para el 12 de diciembre”. Y para que no queden dudas de la buena voluntad de ambas partes –pero no de los escribas mediáticos- como “Monseñor Arancedo, presidente de la CEA, estará en Roma en esa fecha, la misma, de común acuerdo, se trasladó al martes 18 de diciembre”. ¿Cómo puede transformarse ese hecho en que La Presidenta se negó a recibir a los obispos porque se enojó por el documento que elaboraron? ¿Cómo creer en una mentira ya no con patas cortas, sino con amputación completa de todas sus extremidades?
También pueden creer en las fotografías de caserones fastuosos asociados a personajes K. La revista Noticias publicó en su edición de esta semana un informe sobre las propiedades de Máximo Kirchner. La Cámpora emitió un comunicado destinado a los militantes con el objetivo de desmentir esas invenciones del pasquín de Jorge Fontevecchia. La agrupación política contextualizó la nota periodística en una serie de “operaciones políticas de prensa en medio de una fuerte disputa entre las leyes de la democracia y las corporaciones habituadas a creerse por encima del poder de las instituciones”. El comunicado asegura que “Máximo Kirchner no compró ninguna chacra en Zárate y mucho menos con amarraderos” y agrega, con marcada ironía, que “lo único que falta es que digan que planeamos amarrar allí a la Fragata Libertad una vez que a los fondos buitre no les quede más que liberarla”.
Desmentidas que no llegarán a los manipulados a voluntad. Mientras salen a las calles con los rostros encendidos y los cacharros prestos para defender la libertad de expresión, limpian sus pies en ella al aceptar las inconsistentes ficciones de los medios con hegemonía en decadencia. Que se apropien de ese derecho para mentir, tergiversar y distorsionar los hechos es un verdadero desperdicio. Que se amparen en esa libertad para creer cualquier cosa es vulnerar el estado de derecho. No hay ley que los obligue a cambiar de canal. Tampoco hay una que condene a los que insisten en la necedad de confiar en los que nos quieren en la ruina. El 7D no ocurrirá ningún prodigio porque la transformación ocupará algunos meses. La ley trata sobre la propiedad, no sobre los contenidos. Y esos medios, con nuevos dueños, podrán continuar con la gesta destructora. Y los seguidores seguirán creyendo que son críticos, independientes, informados, aunque los hechos demuestren lo contrario. Aunque la realidad les estalle en la cara y deje en evidencia la estafa de la que son víctimas.

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